Ni el de Cenicienta ni el del ogro: Amar mi propio zapato

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Desconozco si quedó explicitado en alguna versión, pero tal vez Cenicienta se haya dicho una y otra vez que debía amar tanto a su prójimo como a sí misma. A juzgar por cómo se dejaba tratar, creo que Cenicienta se quedaba con la primera parte de una frase que solo tiene sentido si está completa.

¿Cómo amar a otros si no sabemos lo que es el amor propio? Y aquí tal vez Cenicienta se haya vuelto a confundir al pensar que solo podía quererse si aparentaba ser una princesa de cuento de hadas en lugar de la chica que realmente era. ¿Cuántas veces nuestra famosa autoestima pende -delgada y peligrosamente-  del hilo de la apariencia, el éxito, la juventud, la delgadez, la inteligencia, el dinero o de lo que se ponga en valor?

Para nada pretendo juzgar a Cenicienta que, como todos, hacía lo que podía dadas sus circunstancias y experiencias. Sin embargo, me pregunto qué pasaría si hubiéramos aprendido la frase al revés: ámate a ti mismo como a tu prójimo.

¿Qué palabras podrían encadenarse a esta frase? Se me ocurre que algunas podrían ser: vanidad, egoísmo, ego, desconsideración; entre muchas otras. ¿En qué momento construimos que amarnos tenía que ver con despreciar al otro o ser malas personas? Creo que al no querernos nos deslegitimamos al mismo tiempo que no es posible abrazar al “prójimo” –con sus diferencias y particularidades-  de manera genuina.

¿Cómo ponernos en los zapatos ajenos si apenas nos atrevemos a pisar los propios?

Vamos casi a hurtadillas por la vida pretendiendo amar al otro antes que a nosotros. Y esa pretensión no tiene que ver con la falsedad sino con que hemos armado y comprado un relato en el que somos personajes secundarios a los que casi nunca les preguntamos qué papel quieren jugar porque el guión ya estaba escrito y no hay margen –en teoría- para reescrituras.

Tal vez porque interpretamos que amar al prójimo implica dejar de escucharnos o priorizar las opiniones del de al lado –siempre- por sobre el propio criterio. Porque pareciera que es una cosa o la otra. Ellos o nosotros. La cultura de la competencia sin preguntarnos si hay premio o si éste nos interesa.

Al no conectar con el cuento de nuestra propia historia de amor es casi imposible querer a otro sin condiciones, empatizar con quien no piensa igual o liberarnos de la necesidad de comparación en pos de parámetros ajenos.  

Meter todo el pie en nuestros zapatos, aunque creamos que se parecen más a los del ogro Shrek que a los de Cenicienta en el baile es un acto de valentía en el que podremos mirarnos completos y aceptar lo que tenemos de villanos, hadas madrinas, lobos feroces, caperucitas y princesas.

Solo entonces podremos construir de a poco la conexión con la propia humanidad y amarla –lo que no implica resignarnos a la posibilidad de cambiar para sentirnos mejor. Y, entonces, allí y sin esfuerzo alguno, el amor por el prójimo simplemente sucede y la frase hecha cobra sentido.