El látigo de la “justicia”

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Cuando dejé de frecuentar a una amiga que se hacía llamar funcionaria del poder judicial, pero obviaba casi a diario sus obligaciones con niños y familias desprotegidas por licencias sin sentido o postergaciones absurdas, nunca pensé que iba a estar tan cerca de alguien afectado directamente por la despersonalización del sistema.

Asumo mi responsabilidad como amiga de no haber estado a la altura de algunas necesidades, pero no puedo dejar de preguntarme cómo se llega al punto de que, tras más de cinco años con la custodia, alguien no es apto para criar a su hijo. Tanto si fuera cierto como si no: ¿seis años necesitó la justicia para darse cuenta?

Un niño que, hasta donde sé, contaba con excelentes calificaciones y que irradiaba una sonrisa tan luminosa y sincera que pocos podían resistirse. Poco sé del expediente, pero dudo que un niño así estuviera en malas manos.  También sé del apoyo familiar, del amor de los abuelos, tíos y de muchos que lo pudieron abrazar, cuidar y darle esa infancia que se percibía feliz.

No pretendo ser imparcial… No obstante, no puedo evitar preguntarme cómo se llegó hasta aquí. Por qué nada ni nadie dentro del sistema judicial pudo anticipar esta situación límite. ¿En todos estos años y después de tantas entrevistas no hubo contención del niño ni de la madre? ¿Seguimiento, anticipación, cuidado?

Ni siquiera hablo de empatía o de la posibilidad de ver el sufrimiento ajeno. Pienso en el profesionalismo y en la postura de acusadores que se ponen muchos de los que deben ayudar a quienes se acercan a la justicia para pedir ayuda. Ni hablar si hay un niño de por medio. Sin embargo, no hubo acompañamiento ni se previó que la situación terminaría como  lo hizo.

Estoy segura de que todos van a tirar el expediente por encima y de que la mayoría va a soslayar la misoginia implícita. Es que allegados y no tanto creemos saber qué es mejor, qué tendría que haber hecho y qué no una madre desesperada. No importa su salud mental, no importa que su caso haya estado en la justicia durante seis años y que  la misma institución que hoy la acusa de mala madre, la dejó a su suerte. No solo a ella sino al pequeño.

Qué fácil es pararnos a juzgar (ni hablar de lo jugoso del chismerío barato) y qué difícil mirar con amor esta situación. ¿En qué momento un niño que vivía feliz con su madre y contenida por el entorno familiar puede perderlo todo? ¿Por qué la justicia que hoy se rasga las vestiduras no pudo anticipar ni contener esta situación? ¿Cómo puede ser mejor que alguien esté en una institución que con quienes conoce, ama y han demostrado cuidarlo con amor?

No voy a decir  nada en contra de ella, no podría. No solo por el amor que le tengo sino porque no me gustaría ser jueza de nadie en una situación en la que no soy capaz de imaginar el tamaño del sufrimiento ajeno.  Eso sí dolor es el mío y claro que me pregunto si podría haber hecho algo más por ellos.

Sin embargo, como amiga tampoco podría haber ponderado con certeza sus miedos, necesidades y posible depresión. Por experiencia y pericia, los profesionales de la justicia sí podrían haberlo hecho (al menos eso creo y espero), pero eligieron condenar y presionar  sin piedad alguna.

Nadie está libre de responsabilidad y, sin embargo, ahí estamos todos, dispuestos a tirar piedras, a criticar al otro al tiempo que felicitarnos en una suerte de autovanagloración vacía y, en el fondo, falsa: “Nosotros sí que estamos bien”, “nosotros sí que sabemos educar a nuestros hijos”…. Estamos dispuestos a repetir cualquier cosa que sale en redes o medios para sentirnos mejores de lo que somos.

“El expediente lo dice”, se escudan todos y dejan de lado que pocos lo leyeron entero y, aunque así hubiera sido, nadie tuvo un pedacito de corazón para tender un lazo en esta situación. Sí hubo oídos sordos para un niño que nadie escuchó y que la justicia llevó y trajo sin pensar en su integridad.

Es más fácil culpar al otro, a la madre que “no está en sus cabales”. La justicia hace su trabajo sin darse cuenta de que tanto en este caso como en otros, el solo hecho de demorar seis años una resolución es un gran fracaso, tenga la razón quien la tenga. Dios nos guarde de caer en sus garras.