“A cara de perro”. Así cierro este año que transité con los vaivenes clásicos de otros, pero en el que, por momentos, sentí de una dureza inusitada.
Cuando lo pienso, rescato un millón de vínculos, aprendizajes y espacios verdaderamente positivos. Tal vez también de manera desusada si lo comparo con otros años.
No tiene sentido hacer un resumen de cada cosa. Sospecho que lo bueno primó sobre lo no tanto. Sin embargo, también sé de mi tendencia a hacer foco en lo que faltó y de mi–aunque ya domada a fuerza de autoconocimiento- costumbre de auto inculparme por más sucesos de los que podrían estar bajo mi dominio.
A veces me pregunto si se trata de un exceso en mi sentimiento de culpa o, más bien, de un desborde de omnipotencia que delira con la posibilidad de controlar tantas variables que ni siquiera son posibles de enumerar.
El nuevo año se abre como una hoja en blanco, plagada de oportunidades y esperanzas renovadas. Se abre como un camino, un proceso que suelo idealizar como impoluto al mismo tiempo que pienso que ya es hora de jubilar esa palabra de mi vocabulario.
Porque de un modo u otro sé que en el transitar voy a borrar, a tachar, que habrá manchones de tinta, palabras a las apuradas, frases cortadas o inentendibles, insultos por lo bajo y por lo alto, tormentas inesperadas, errores no forzados, dudas que carcomen, cambios abruptos de rumbo y expresiones para el olvido.
Es probable que este no sea el mejor saludo de fin de año. Sin embargo, siento que debo permitirme poner estas dudas en palabras. No siempre es sencillo, pero sé que expresarlas es un paso para enfrentarlas. Sobre todo, para aceptar el hecho de que no todo sale como lo planeamos. Algo que sabemos a nivel mental, mas con la leche derramada, igual nos golpea a nivel emocional y hasta corporal.
No se trata de resignarse sino de aprender a rendirse a lo que sucede y un poco ir contra lo que hicimos tantas veces y jamás nos sumó: evitar comparaciones con otros que, aunque valiosos y hasta posibles fuentes de inspiración, nada tienen que ver nosotros o nuestro proceso.
Como cada vez que escribo, desandar este camino de palabras me ha llevado a un lugar diferente del que partí. Esta vez a conectar con mi personal fortaleza de haber sabido reinventarme cada vez que lo necesité así como de nunca haber escapado de los desafíos; por más odiosos que me hayan parecido.
Y entonces me atrevo a felicitarme y a ser compasiva conmigo y a conectar con la esperanza y a volver a soñar en grande y a sumar las risas y a tenerme fe y a conectar con el amor y a agradecer este año loco y a reírme de mí aunque me cueste y a seguir sumando palabras que signifiquen vida con todo lo que ello implica.
Brindo por esas palabras que están escondidas, las que presentimos, las que nos llevan a nuestra mejor versión, las que nos regalan vínculos y todas aquellas que nos animemos a inventar para agrandar nuestro poder personal. ¡Salud!