Valorar todas las puertas que sí abrimos para ir a jugar

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El recorrido personal suma más tildes del lado de lo “alcanzado”, sin embargo nos empeñamos en aferrarnos a lo que no logramos y nos contamos el cuento de que no podemos atravesar los desafíos que de verdad nos interesan. ¿Y si nos contamos todo lo que sí logramos?

El inicio del jardín de infantes, la escuela secundaria, el primer trabajo, una clase de canto. Atravesamos puertas de ida y vuelta durante toda nuestra vida y, muchas de ellas, implican grandes desafíos, aprendizajes y sorpresas.

Las expectativas de lo que habrá detrás de cada puerta son relatos que construimos con deseos, supuestos, sueños y miedos; entre miles de otras letras y materiales. Claro, no siempre las puertas se abren para el lado que pretendemos y ¿a quién no le ha pasado de intentar abrirla justo para el lado contrario de lo que el cartel indicaba?  

Sin embargo, eso sucede muy poco en relación con todas las veces que sí logramos atravesar las puertas que elegimos abrir. Y es que si tuviéremos que hacer una cuenta rápida, son tantas las cosas que hemos logrado, superado o alcanzado que no bastaría un cuaderno entero para escribirlo (y de paso invito a quien se anime a hacer una lista de sus alegrías, metas alcanzadas y habilidades propias).

No obstante, solemos acordarnos casi con exclusividad de las puertas que no pudimos abrir, las que nos dejaron con el picaporte en la mano o las que estallaron justo cuando intentábamos atravesarlas.

Los relatos sobre lo que no pudimos o no hacemos como deberíamos abundan en nuestra historia. No obstante, poco acostumbrados estamos no solo a honrar el recorrido que sí hicimos y nos dejó en donde hoy estamos sino que más bien solemos desdeñarlo: o faltó algo, o pudo haber sido mejor o nos descalificamos con los adjetivos más duros que encontramos.

Pero hay más. Desde mi propia vivencia y también por las compartidas, todo lo anterior a veces se resume en no haber llegado a estándares que otros pusieron ahí. Compramos el mensaje de que hay que tener y mostrar el paquete completo de lo que sea. Todo, debe, además, ser perfecto.

Algunos podrían tildar lo anterior de exagerado o cliché. Y puede que lo sea, pero también siento que, aunque lo sepamos desde la razón, lo cierto es que no siempre nos permitimos ser humanos y todo lo que ello implica: equivocarnos, no querer para nosotros todo el rosario de deberías o sufrir secretamente porque no está bien mostrar lo que nos duele en serio.

¿Nos faltó algo? ¿No salió perfecto? ¿Debería haber sido diferente? ¿Según quién? La invitación es hoy a preguntarnos por todo lo que estuvo, salió excelente y sí fue. No se trata de conformarnos sino de pararnos del lado de las posibilidades, de nuestras capacidades y logros.

Solo así sabremos con qué contamos a la hora de alcanzar aquello que de verdad queremos y abrir las puertas para atrevernos a jugar. Porque desde el cuento de que no somos capaces, mover la maquinaria parece un imposible y, entonces y sin darnos cuenta, nos damos la razón una y otra vez.