El día que me di cuenta de que no era una estrella de la danza

  • por

Hace poco recordé que a mis 5 o 6 años amaba, literalmente, la danza clásica. Creo que nunca
más disfruté de algo tanto como aquellas clases, giros y sensaciones que me provocaba bailar
o, al menos, aprender a hacerlo.

Y pese a esto, un día le dije a mi mamá que no quería ir más. Recién hoy caigo en la cuenta de
que nunca le expliqué por qué, pero la elección tuvo que ver con que la profesora me dijo que
no era tan buena como yo creía ser. En realidad las notas con las que en ese momento me
calificaron no fueron tan buenas como yo imaginaba que serían dada la pasión que me
embargaba al danzar.

Entonces, con tan corta edad, decidí privarme –sin saberlo, claro- de algo que disfrutaba sin
condicionamiento alguno. No dejo de sorprenderme el modo en que aprendemos a
adiestrarnos desde pequeños y cómo –al darnos cuenta de ello- pretendemos cambiarlo en un
abrir y cerrar de ojos. Y en ese acto, sin saberlo, volvemos a pretender disciplinarnos.

Es que la anécdota me ronda desde que la recordé y me estampa de manera cruda el modo en
que algunos nos quedamos atrapados en estándares inalcanzables y tal vez nunca explicitados
por nadie. Somos capaces de quedarnos como niños, quietos e indefensos cuando los
mandatos nos abruman pero, sobre todo, escapamos del disfrute porque alguien nos dice que
no estamos a la altura o –lo que es peor- nos los decimos nosotros mismos a cada paso.

Por fortuna –y como hacen todos los niños- olvidé la danza rápidamente en pos del presente
de entonces. Conecté con cosas nuevas, con la curiosidad infantil y no me quedé durante años
recriminándome mi falta de talento para la danza.

Al conectar con todo esto, me parecieron extraños tantos pensamientos para tan corta edad,
pero lo cierto es que más allá de los pensamientos se trataron de relatos que en su momento
construí a partir de determinadas vivencias. Y los cuentos son los modos “naturales” con los
que los seres humanos construimos sentido apenas comenzamos a utilizar el lenguaje.

Construimos sentidos y oportunidades a partir de las historias que nos contamos sobre lo que
sucede. Armamos con palabras los fragmentos de la vida. Necesitamos nombrar, incluso,
aquello para lo que no encontramos letras. Es nuestra manera de crearnos y recrearnos.

Sin embargo, poco sabemos del poder que tenemos a partir del lenguaje que usamos –casi
siempre sin darnos cuenta- y creemos que es lo mismo decir debo que quiero o que tratarnos
con desprecio no impacta en el modo en que nos vemos o nos paramos ante otros.

Hoy la información abunda y cada vez tenemos más consciencia de nuestra respiración,
emociones y hasta de lo que comemos o no. Sin embargo, poco reparamos en esa voz con la
que convivimos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Ni hablar de las historias
que nos construimos para darnos un sentido.

Este espacio apunta, con humildad, a aportar un granito de arena a abrir consciencia del
impacto que ejercemos con nuestras palabras. Bienvenidos.